No llore, porque los hombres... No lloran!
Por: Luisa Fernanda Vargas
Sonrisas cómplices, risas, carcajadas, chistes, codazos, miradas con el rabo del ojo; esas miradas que parecían el mismo dedo índice señalando, cabezas inclinadas que no decían mucho y sin embargo gritaban todo, así se desarrollaron las reuniones de género en la cuenca del Murindó y con comunidades del Jiguamiandó y Curvaradó y hablo de COMUNIDADES, porque a pesar de esa ingenua y al mismo tiempo mordaz invitación que se hace al “género” femenino a las reuniones de GÉNERO, llegaban junto a estas hermosas mujeres campesinas, afros y mestizas, los hombres: sí, hombres de todas las edades, y tamaños, comprendí que la primera enseñanza que recibí de la enorme sabiduría ancestral, tradicional y campesina de esta Colombia del sagrado corazón, es que el GÉNERO es universal y no distingue a hombres de mujeres.
La región es el mejor aprendizaje que los “académicos de la ciudad” debemos experimentar. Explíqueme: cómo le decía a esa decena de hombres que “NO PODÍAN ESTAR EN ESTAS REUNIONES”, reuniones “exclusivas” para mujeres; para “rajar” de ellos, porque adentrándonos en el tema académico, reivindicar el derecho de las mujeres a través de talleres de este tipo finalmente los pone a ellos, en la picota pública, porque para facilitar que ellas reconozcan los atropellos de los que han sido víctimas por décadas, que su posición en este mundo de “machos” es de iguales, me quedaba de p´arriba, con ellos ahí sentados en el mismo lugar, mirándome como queriéndome comer viva (o al menos eso pensaba), como si supieran de antemano, toda la información del tema a tratar.
Fue así como respiré profundamente, me sacudí el escritorio citadino que aún llevaba encima y comprendí que por eso pesaba tanto mi equipaje en un viaje de 2 días en bus, moto taxi, lancha y hasta bestia, desde mi Bogotá natal, la Atenas de América hasta éste recóndito lugar. Empecé con mirarnos a los ojos y reconocernos en ese paraíso terrenal con la sencillez, modestia y humildad que se respira y admitir que ellos también han sido víctimas por décadas de unos comportamientos impuestos, mal enseñados y que son tan frágiles como ellas aunque a diario les repitan ¡No llore, porque los hombres… NO LLORAN!.
Por primera vez aprendí de la mano de ellas y ellos que a esta construcción sociocultural se le han dado atributos para el sexo femenino y masculino, roles, características y normas de manera diferencial, que se han perpetuado en el tiempo facilitadas por relaciones sociales, económicas, políticas, ideológicas y culturales, “amangualadas” en mantener esas diferencias; NO ES NATURAL ha sido impuesta, por lo tanto puede ser modificada.
Es así como se desarrollaron unos talleres en los que todas y todos aprendimos que el sexo femenino y masculino en sí, si tienen diferencias las cuales nos complementan y nos igualan en derecho, pero es partiendo de la educación donde se imponen unas particularidades que se dan a ellas y ellos, y es aquí donde se producen las diferencias que cada día nos dividen más.
Es decir, a partir del género se determinan comportamientos y responsabilidades (dados por el valor de lo atribuido a cada uno), es por ello que hablamos de los roles que cada uno debe desarrollar, fomentando en sí la división sexual del trabajo, como “que la mujer es de la casa” y las crían para ello; siendo sinceras, quién no recibió una muñeca de regalo alguna vez en la vida (preparándonos para un papel de madres), o es que es “natural” que se les dé muñequitas de regalos a los niños ¡NUNCA!!, porque eso sería para mari…, o quién de nosotras ( si no es que nos regalaban la cocinita, con ollas, platos y pocillos incluidos en el paquete), no jugamos a la comidita, mientras nos preparábamos hasta con una maestría para amas de casa durante nuestra primera infancia, a ellos los entrenaban para ser “el hombre de la calle”, y mientras nosotras jugábamos a ser las mejores amas de casa, madres y esposas, ellos jugaban con carritos, volquetas, aviones, trenes, al bombero, policía, volquetero, arquitecto, constructor y todos sus derivados, y si por casualidad compartíamos el famoso juego “del papá y la mamá” ellos nos dejaban cocinando, lavando ropa,, barriendo la casa, mientras se iban con sus carros de plástico a trabajar y finalmente NUNCA compartíamos el mismo ROL. Igualmente nuestras características sexuales son un patrón que nos aleja porque define quién es fuerte y quién no, quién debe ser quien proteja a quien, quién debe ser emocional, quién seguro, racional, con autoridad y dominante.
Así mismo se imponen unas normas de comportamiento que definen quién debe ser obediente, agradable, quién complaciente o quién responsable y activo, pienso en éste momento cuanto se ha coartado tanto del uno como del otro; los niveles de frustración que se respiran y los niveles de violencia que estas profundas diferencias nos han dejado.
Hoy reflexiono sobre nuestro papel en estos procesos, sobre la responsabilidad enorme con las comunidades, con el otro, pero especialmente conmigo misma y me pregunto si quiero recoger de nuevo ese escritorio que descargué hace un tiempo y llevármelo de vuelta en burro, lancha, moto-taxi y bus hasta Bogotá, si quiero realmente dejar todas estas enseñanzas y seguir pretendiendo que desde la frialdad de mi computador, desde una ciudad tan gris y a través del conocimiento de la academia, pretenda nuevamente que me las sé todas y en mi prepotencia pensar que soy yo quien vengo a estos territorios a enseñar. Cómo no aprender de ellos, construir con ellos y sobre todo dejar acá definitivamente ese escritorio viejo y recoger de la experiencia de toda una vida de ellas y ellos, especialmente no quiero seguir facilitando la DIVISIÓN en la que se invierte tanto esfuerzo y recurso, para hacer ver que los hombres han sido nuestros enemigos históricos, desdibujando que NUESTRO ENEMIGO ES DE CLASE, cuando las luchas por la reivindicación de nuestros derechos deben ser las luchas de todas y todos y que el feminismo no s
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