lunes, 14 de junio de 2021

Carta a un joven demócrata de la Primera Línea

 






El colapso de las Instituciones Políticas

y La ilusión frustrada de 1991 (Clase 1)

Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”

(Augusto Monterroso)


Antecedentes del colapso de las Instituciones Políticas:

 

Foto/tweet: @PinedaRuizBog . 29 May.

Ahora la resistencia no es por una reforma tributaria, pensional o de salud, ahora la resistencia es por recoger la bandera de quiénes han sido asesinados en la defensa de nuestros derechos. Parodiando a Gonzalo Arango en su “manifiesto Nadaísta” de los años sesentas en el siglo XX: Hoy, nuestra empresa no es destruir por destruir el orden establecido, nuestra empresa es el descrédito total de ese orden, nuestra lucha es contra la mentira y el miedo convertidos en orden. En tal sentido, nuestra lucha es por renovar las Instituciones Políticas de Colombia que han hecho colapso después de 200 años de gobiernos obscuros; de 200 años recogiendo las tristezas y los duelos de la represión y la desigualdad; 200 años padeciendo gobernantes decrépitos, ancianos, pérfidos y criminales, dinosaurios que se niegan a entregarle las banderas a nuevas generaciones y a nuevos representantes de la ciudadanía. Ahora la resistencia debe ser por decirle a esas 10 o 12 familias (ubérrimas terratenientes del poder), matrimoniadas entre ellas para alternarse el poder en un eterno e impune “Frente Nacional”: ¡Basta ya! es la hora de Los De Abajo, es la hora del cambio y las trasformaciones definitivas, es la hora de la liberación de la Constitución de 1991 secuestrada por los eternos adoradores de los hegemónicos Núñez y Caro, quiénes se niegan a soltar las amarras de la obsoleta y anti democrática Constitución de 1886.

Aunque, para ser coherentes con la historia, debemos decir que estas luchas de resistencia no comenzaron hace 200 años luego de una falsa independencia; hace 200 años con una “revolución” liderada por criollos que luego de separarse de sus padres españoles empezaron a creerse lores londinenses de gabanes y sombreros tan oscuros como sus almas, además del clásico paraguas colgado del antebrazo; lores londinenses en feudos tropicales donde finiquitaban el saqueo y el despojo de los territorios ancestrales de los indígenas, la tortura de la esclavitud de los negros y la explotación de mestizos, mulatos, zambos y demás sectores pobres del país. Esta historia no comienza con las resistencias en el Sur Caucano a Antonio Nariño y, con él, a los criollos terratenientes esclavistas y despojadores de los resguardos indígenas; entre estos criollos terratenientes de apellido Torres, Mosquera y un etcétera de los que aún hoy, 200 años después, quedan pérfidos representantes en el Congreso pidiendo el destierro de los indígenas caucanos.   

Esta historia comienza, claro, con la invasión de los españoles y demás europeos que les siguieron en fila, aupados por el poder nauseabundo del Vaticano, para hacerse a las tierras americanas luego del genocidio de sus verdaderos propietarios: los indoamericanos. Empieza con la resistencia Azteca, con la resistencia Caribe, Pijao, Panche y de otros pueblos amerindios que se enfrentaron a más no poder contra el invasor;  con la resistencia de Túpac Amaru en Perú y la resistencia de La Cacica Gaitana en Colombia.

Esta historia empieza también con los primeros indicios de la corrupción en Colombia, hacia 1536, cuando los reyes de España requirieron un alcalde español por apropiarse del presupuesto público; se llevaron al alcalde ladrón pero la corrupción se quedó enquistada en la avaricia de nuestros gobernantes.  Esta historia empieza también con capítulos nefastos de nuestra historia como la Encomienda y la Mita que generarían luego la expedición de títulos de propiedad de tierras, la parcelación de la tierra y la aparición de la propiedad privada en América, hacía 1591 y, con esta configuración de la propiedad privada, el antecedente más perverso de la realidad actual de un país tan desigual como Colombia: el diario desarraigo y el desplazamiento forzoso, a lo largo de la historia, de los verdaderos dueños de dichas tierras. Pero vamos por partes en este recuento histórico:

Imaginemos que hacemos un círculo en medio de los avatares de estos días de rabia e incertidumbre, creamos un espacio pedagógico alterno  a los fulgores de la marcha y los reclamos populares; imaginemos que damos inicio a una serie de charlas sobre Instituciones Políticas; comenzamos con un capítulo sobre la Constitución de Colombia de 1991. ¿Les preocupa este momento de pausa en la lucha mientras los agentes de la represión acechan y amenazan? Dejémoslos que también asistan a este momento de reflexión, que escuchen cuán equivocados están haciendo carrera y méritos defendiendo los intereses del verdugo a costa de la sangre de su propio pueblo; vengan, pues, ustedes también, ustedes agentes del orden tiránico que les subyuga y les convierte en perros guardianes del poderío y el autoritarismo del amo determinador de crímenes, el mismo amo que los condena a comer de las sobras de su plato, a lamerle la mano, a dormir en la calle y a morder -hasta el desangre mismo-, a sus propios padres y hermanos.

Y ahora, hecha esta invitación a quienes nos enfrentan porque han perdido la consciencia de clase popular, el horizonte de su identidad y su verdadera raíz,  veamos, entonces, qué sucede en nuestra primera charla:

Desde el inicio de la exposición del espíritu democrático que buscaban los constituyentes de 1991, no puedo dejar de percibir los signos de incredulidad y decepción de los asistentes cuando doy inicio a mi exposición: “A diferencia de la Constitución conservadora de 1886 que nos condenaba a ser un “Estado de Derecho”, es decir, un Estado donde la ciudadanía estaba conminada a cumplir la ley como primera obligación constitucional;  para la Constitución de 1991, Colombia es un Estado Social de Derecho, un Estado donde prima la garantía del bienestar para la ciudadanía, en otras palabras: es una orden perentoria de este principio constitucional que “los derechos” que darán cobertura a la dignidad integral de cada ciudadano y ciudadana sean Ley de obligatorio cumplimiento y se garanticen como primerísima obligación desde las estructuras del Estado mismo”. “—Compañero— pide la palabra un marchante—, pero lo que seguimos viendo es que los ciudadanos seguimos cumpliendo la ley y los deberes; mientras los derechos se los amarran quienes tienen el  poder político, es decir, “compa”; hay dos constituciones vigentes: la del 86 que nos la siguen “metiendo” a nosotros con todo y su Estado de Sitio y la de las “garantías” que solo parece desarrollarse para las élites del país”.

Con este debate comenzaríamos entonces un capítulo bastante irónico y contradictorio sobre la realidad del “Contrato Social” tan desequilibrado que hoy por hoy tenemos los colombianos y colombianas.

En un país donde se ha hecho costumbre que las élites que gobiernan, y sus herederos y sus cómplices, no ascienden socialmente gracias a la educación o a oficios más nobles y éticos; donde se quiere ascender de manera rápida sin importar los medios, estos últimos que desde el principio de la configuración de la “República colombiana” han sido la traición, la trampa, la conspiración, la violencia, la delincuencia y, hoy, el narcotráfico; la Constitución es letra muerta, una ilusión en medio de una tormenta eléctrica, una flor en un desierto, un espejismo y nada más.

En este análisis que empezamos a realizar sobre nuestra Constitución y su libro de Derechos Fundamentales, aparecerán nuevas frustraciones, las frustraciones propias de un país que parece ya un extenso cementerio. Irónico pues hablar aquí del derecho a la vida (art. 11: “El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte”), cuando en los noticieros más responsables y alternativos del país se habla de 6.402 crímenes de Estado o “falsos positivos” en un pasado gobierno de pretendida “seguridad democrática”; irónico hablar del derecho a la vida con la realidad de más de mil líderes y lideresas asesinadas durante el actual gobierno de Iván Duque; irónico hablar del derecho a la vida y asistir a un periodo de protestas donde decenas de jóvenes marchantes han sido asesinados, esto sin hablar del genocidio de un partido de oposición en los años 90s y los cientos de masacres en los últimos 30 años. “—Camarada—, se lanza otra voz entre la audiencia: — ¿por qué si la juventud se dio “la pela” desde el movimiento estudiantil del 91, por la redacción de una nueva constitución, seguimos en las mismas violencias e injusticias de antes de dicho 91? Y, a mí solo se me ocurre una certeza como posible respuesta: ¿Conocen ustedes el mejor mini cuento del siglo XX? Es un cuento de una línea, escrito por Augusto Monterroso, escritor de Guatemala. El cuento se llama “El Dinosaurio” y dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, quiero decirles, palabras más palabras menos: la juventud despertó y logró una Constitución pero el poder se lo siguieron amarrando los mismos avarientos y criminales de las élites de siempre, para aquella década de los 90s en contubernio con narcotraficantes y paramilitares que eran dos sectores emergentes desde los años 80s y que ya tenían planes de tomarse el poder político nacional como realmente ocurrió desde al año 2002.

La Constitución doncella del 91 fue ilusión de un día porque la mancillaron en su desarrollo viejos caciques políticos, dinosaurios, manchados de crimen a lo largo de 200 años y, en su perversidad y avaricia,  empezaron a “reformarla” es decir a devolverla al pasado, ajustarla para que cada vez se pareciera más a la hegemónica y anti democrática Constitución de 1886, de la cual nunca se desprendieron…  

Y… Continuará en siguiente entrega.