domingo, 29 de octubre de 2017

COMISIÓN DE LA VERDAD PARA EL DESPOJO DE TIERRAS EN EL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO.



Crónica.
Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos.  
Director: Canal 3 Sistema en Línea
Comunicador Social/periodista, escritor, abogado y activista de DDHH.



Al municipio de Turbo, en Urabá, llegaban los enviados del paramilitarismo portando en su mochila algunos fajos de billetes para amedrentar al indefenso campesino con un “o nos vende su tierra o negociamos con su viuda”.

Esto en algunos casos, porque desafortunadamente para el desastre humanitario que ha representado esta guerra, en la mayoría de las ocasiones, llegaban los paramilitares directamente ofreciendo plomo sin cuartel. En Apartadó, Carepa, Chigorodó, Necoclí y el mismo Turbo, apoyados en algunos casos por los Comandos Populares de Esperanza Paz y Libertad; asesinando, masacrando, torturando, sembrando el terror para que los campesinos salieran despavoridos en éxodo y, así, despejar el campo que luego repoblarían con población funcional al narco paramilitarismo o para destinar las tierras a la ganadería, esa sería entre otra las funciones de algunos reinsertados del EPL y de Sor Teresa Gómez, hermana de los Castaño y directora de la fundación FUNPAZCOR a través de la cual se robaron miles y miles de hectáreas de tierra en Antioquia y Córdoba.  

En el periodo obscuro de gobierno presidencial del terrateniente promotor de narco paramilitares, Álvaro Uribe Vélez, la estrategia fue nombrar cientos de notarios en las regiones para que expidieran paz y salvo al despojo de tierras. De esta manera, se firmaron escrituras públicas sobre lo robado a los nuevos propietarios, que hoy tratan de pasar como “tenedores de buena fe”: magistrados tipo Pretelt de la Vega, varios socios del Periódico El Colombiano, firmas agroindustriales -que tuvieron su mayor expansión precisamente durante el gobierno Uribe Vélez, ganaderos, terratenientes, narcos, parapolíticos entre otras elites mafiosas beneficiarias de la guerra y el despojo de más de siete millones de hectáreas a las víctimas del conflicto en los últimos 30 años. 

Acompañado de varias ONGs nacionales e internacionales, incluso del reportero Juan Carlos Pérez Salazar (entonces reportero de las páginas de DDHH de El Colombiano y hoy exiliado en Europa); en 1995 coordiné la misión investigativa del informe Urabá el mayor éxodo de los últimos años en la cual se reportaban más de 20 mil personas desplazadas entre Montería (Córdoba) y Mutatá (Antioquia), en menos de cinco años, y se configuraba el primer mapa de victimarios de lo que a renglón seguido sería la operación de exterminio contra la Unión Patriótica en la región.

El informe presentado en la sala de la Diócesis de Apartadó, cuando entonces estaba en cabeza del obispo Isaías Duarte Cansino (quien después sería relacionado con el paramilitarismo); fue rechazado de manera vehemente por la mayoría de líderes del llamado "Consenso político de Apartado" y, para mí muy doloroso en dicho momento, también por la alcaldesa de Apartadó, la doctora Gloria Cuartas Montoya; pues –a decir de ella- el informe estaría en contra del Consenso Político que la habría llevado a la Alcaldía y del cual yo había renunciado hacía unos meses, al señalar directamente la existencia de los Comandos Populares de Esperanza Paz y Libertad como elementos principales de los procesos de despojo y la ofensiva criminal en el eje bananero. Bastarían tan solo unas semanas para que de manera valerosa, y sin asomo de cobardía como es conocido internacionalmente, la misma ex alcaldesa Cuartas Montoya nos diera la razón cuando tuviera que acudir, sin descanso alguno, a recoger los cadáveres de cientos de militantes de izquierda, líderes campesinos y defensores de DDHH, condenados a muerte por los Comandos Populares, el general “carnicero de Urabá” Rito Alejo del Río, Las Convivir Papagayo lideradas por el ex alcalde de Carepa, Arnulfo Peñuela Marín (http://caracol.com.co/radio/2008/03/31/judicial/1206977760_570527.html) y por su relacionista público Alberto Osorio, quienes facilitarían la expansión paramilitar de Freddy Rendón “el alemán” y Carlos Castaño por toda Urabá.

El periodo de gobierno que enfrentó Gloria Cuartas en Apartadó, 1995 a 1997, se caracterizaría por ser uno de los periodos más violentos en Urabá. Entre 1994 y 1997, precisamente, caerían asesinados de manera selectiva o en masacres los líderes más representativos de la UP y el Partido Comunista. Así, a pesar de la oposición vehemente de la alcaldesa, la derecha regional y departamental logró por la violencia lo que en las urnas no  había podido: sacar del juego lectoral y de la vida política cualquier expresión de izquierda en la región, menos al movimiento reinsertado EPL al cual le pagarían los favores recibidos, a través de sus Comandos Populares, con varias curules en los Concejos municipales y varios periodos como titulares en las alcaldías de Apartadó y Carepa, principalmente. La ex alcaldesa acudiría a recoger decenas de cadáveres que produjo esta alianza criminal de derecha –monitoreada desde la gobernación de Antioquia, la XVII Brigada Militar en cabeza de Rito Alejo del Río y la oficina de la Convivir Papagayo-, abandonados en canales de veredas, caminos y áreas rurales donde ni  la fiscalía ni la iglesia misma se atrevían a entrar a hacer los levantamientos de los difuntos. Cadáveres de una estela de impunidad en un periodo de terror en el que se empezó a gestar el proyecto criminal que permitiría al narcoparamilitarismo tener su propio presidente de la República (precisamente el gobernador de Antioquia de la época); y la toma de más del 35% del Congreso Nacional, para legalizar, entre tantos de sus crímenes, el despojo de tierras a millones de campesinos.

La tierra es el asunto central del conflicto colombiano, lo ha sido así a lo largo de más de 200 años.  En 1960 un grupo de 40 familias campesinas, cansadas de la violencia bipartidista de los años 40s y los 50s, se asentaron con sus proyectos agrícolas en Río Chiquito, Guayabero, El Pato y Marquetalia. Desgastados por la guerra, desplazados unos, ex combatientes liberales otros, desencantados por los incumplimientos del gobierno, pacientes y esperanzados de un futuro en paz, no obstante el asesinato de dos de sus principales líderes (Guadalupe Salcedo y Jacobo Frías Alape -El Charro negro-, ex guerrilleros reinsertados gracias a la supuesta amnistía ofrecida por el dictador Rojas Pinilla), se decidieron por construir una propuesta de reservas campesinas con elementos de gobierno autónomo. Esto no le gustó a los terratenientes del país, entre ellos los del departamento del Cauca, que ya le habían echado el ojo a las tierras productivas que tenían los campesinos de Río Chiquito y querían hacerse a ellas a como diera lugar. Movieron sus nefastas maquinarias en el congreso: aliados los Valencia, los Iragorry, los Mosquera Chaux con el extremo derechista Álvaro Gómez Hurtado, los condenaron al bombardeo inefable. Bombardeo que con gusto debió comandar el ex presidente Guillermo León Valencia (abuelo de la infame Paloma Valencia del Centro Democrático), dados los intereses familiares sobre las tierras “liberadas” del influjo comunista como las denominará Gómez Hurtado en el Senado al referirse al proyecto campesino como un proyecto de “Repúblicas independientes” e instar por su destrucción.

De este suceso histórico, nacerían las FARC-EP. Pues sus fundadores fueron víctimas de la persecución criminal que sobre ellos desplegaran los miserables gobernantes del Frente Nacional: Guillermo León Valencia, el general Matallana, el conservador Gómez Hurtado,  entre otros, que hoy por hoy deben ostentar algunas propiedades en dichos territorios.

No es gratuito pues, que el primer punto de agenda en las conversaciones de paz (iniciado en la Habana, Cuba, en el año 2012 y firmado en el Teatro Colón de Bogotá, en noviembre de 2016), entre el gobierno y las FARC-EP, sea el asunto agrario. No es extraño tampoco que las FARC-EP se reclamen víctimas del conflicto, es entendible desde esta perspectiva histórica.

El robo de tierras en Colombia es un hecho histórico: Los conquistadores españoles dieron inicio a este hábito criminal, ser poseedores de tierras en América era signo de gran prestigio en Europa y de poder entre la clase española y sus herederos criollos en este “nuevo mundo”. La figura de la Encomienda empezaría a legalizar el despojo y la esclavitud de los indígenas. Los criollos, hijos de españoles, siempre miraron con desdén a los campesinos mestizos y se aseguraron mantener el poder feudal sobre las tierras de los indígenas.  Bolívar –finalmente criollo y terrateniente- no hizo gran cosa por cambiar la realidad de las inmensas mayorías: mestizos, indios, esclavos. Poblaciones indefensas de los territorios recién liberados del yugo español, pero sometidos a una nueva clase dominante de terratenientes y feudalistas. Tanto sabían los sectores pobres de las colonias sur americanas que Bolívar no representaba más que la independencia de las élites criollas, que por ello muchos de ellos no participaron de sus ejércitos y  a éste le tocó luchar con un montón de mercenarios ingleses. Bolívar se murió debiendo la libertad a los esclavos y dejando unas disposiciones de ley que fragmentaron los resguardos indígenas, lo cual se la hizo fácil a los terratenientes criollos que aprovecharon para quedarse con las tierras que históricamente era de los primeros pobladores americanos: los indígenas.

La peor desgracia de los campesinos pobres, colonos que empezaron a derribar montañas y sembrar en territorios baldíos olvidados por  el Estado, es que lugar donde ponían el azadón y el machete, lugar que se convertía en tierra productiva. Lugar también que se convertía –de inmediato- en objeto de ambición por parte de los terratenientes. Terratenientes que muy pronto desencadenarían todo tipo de persecución violenta contra esos colonos, sin importarles que eran esos colonos y no ellos, los que se habían partido la espalda recuperando dichos territorios. Paradojas de la vida: en muchos espacios geográficos de Colombia, los indígenas eran también víctimas de los colonos, que en su afán colonizador llegaban a invadir sus territorios. Los unos víctimas de los otros: indígenas de los colonos, los colonos de los terratenientes, pero estos últimos con todo el poder del aparato político para imponerse sobre los otros.

La Ley 200 de 1936, con la cual el presidente Liberal Alfonso López Pumarejo pretendió hacer una reforma agraria, le representó a la clase campesina más muertos que hectáreas de tierras recuperadas o tituladas. Pues donde las maquinarias terratenientes no lograron hacerse a las escrituras de la tierra bajo el amparo de dicha ley, desencadenaron una contra reforma armada que daría inicio al desangre de la llamada violencia política de los años 40s y 50s y que tendría su punto clímax en el año de 1948 con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Igual sucede hoy con la llamada Ley de Víctimas y Restitución de Tierras del gobierno del “Nobel” Juan Manuel Santos, pues está significando la muerte de decenas de campesinos, líderes reclamantes de tierra. Es mayor el terror impuesto por los grupos de poder en las regiones y más el número de víctimas que siguen poniendo los sectores populares y agrarios que el número de hectáreas en restitución.

Más de siete millones de hectáreas de tierra robada, más de 8 millones de víctimas en los últimos 30 años. El proceso de paz con las FARC-EP será un proceso incompleto si en la nueva Jurisdicción Especial para la Paz, sus jueces y/o magistrados no crean una Comisión de la Verdad Jurídica dedicada exclusivamente al tema de las tierras. Esta Comisión deberá, entonces, propender por revelar lo que tanto temor le da a las élites narco paramilitares que se han apoderado de la tercera parte de Colombia, consolidándose como una élite emergente, con tanto poder como para poner su propio presidente (para que les legalizara el despojo a esos millones de víctimas), lo cual sucedió por un periodo de 8 años en el país: 2002 a 2010.

La Comisión de verdad jurídica sobre el asunto de tierras en el conflicto es una necesidad para que logremos entender la magnitud del conflicto, para que entendamos también quienes son los ideólogos de la guerra. Dicha Comisión muy seguramente hará temblar el Establecimiento, pues de una vez por todas confirmará lo que tantas veces hemos repetido quienes desde hace más de 20 años venimos estudiando las causas del conflicto: que la guerra a lo largo de la historia ha ido un jugoso negocio, no tanto para la subversión colombiana e incluso para los mismos paramilitares, como sí para las mafias políticas, militares y económicas que enquistadas en el poder hace más de dos siglos no han tenido escrúpulo alguno en aliarse con poderosos gamonales narcotraficantes que han escalado al poder político nacional gracias a su acción criminal en los últimos 30 años.

Que se venga pues esta Comisión para que nos expliquemos cómo es que han acrecentado sus fortunas y preservado su poder económico y terrateniente los Valencia, los Iragorry, los Araujo, los Santo Domingo, los Lloreda, los Ardila Lulle, los Gómez Martínez, los Valencia Cossio, los Pacho Santos; y de cómo han escalado las élites criminales emergentes encabezadas por los Uribe Vélez, los Obdulios Gavirias, entre otros. Y por último, que se nos explique el papel de los Estados Unidos en este proceso de guerra, no sólo a través de su intervención militar, sino que también  a través de las miles de iglesias evangélicas que, en regiones como Urabá, se iban construyendo sobre las cenizas de los pueblos devastados por la barbarie paramilitar.

He dicho.

P.D. Que no olvide la Fiscalía que a la investigación contra Uribe Vélez por la masacre de El Aro, en Ituango, Antioquia, debe sumar la investigación del asesinato del abogado defensor de Derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo, quien había denunciado la participación de Uribe en dicha masacre tan sólo uso días antes. También el asesinato de Francisco Villalba y los otros tantos testigos que han testimoniado contra Uribe en los diferentes procesos criminales en los que se relaciona al nefasto ex presidente.

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Erly, joven guerrillero de base: vida de avatares y violencias que lo arrojaron al campo de la guerra


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