jueves, 11 de enero de 2018

Crónica 6 El Salvador

Mi hermana y yo
Por: Juan Gil Blas


Recuerdo que en 1982 mientras me estaban torturando en mi condición de desaparecido por el Estado colombiano en una instalación militar, los torturadores me preguntaban si mi hermana era también parte “del movimiento”. Mi hermana, mi única hermana entre seis hijos, era a la fecha y es hoy, católica, apostólica y romana, tan lejos del marxismo de aquel “movimiento”, como puede estarlo un terrestre de Plutón, y tan lejos de la ilegalidad como Francisco de Asís del mal.
—En nombre de las Fuerzas Armadas de Colombia le hago cuatro propuestas y respóndame rápido, a las buenas o a las malas, con cuál de las cuatro se queda: 1) el cementerio; 2) Bellavista; 3) en la calle trabajando con nosotros; y 4) en la calle sin problemas. ¿Cuál prefiere? —me decía el torturador del MAS de uniforme camuflado. Yo, por supuesto, me quedé con la cuarta posibilidad, y entonces comenzaron de verdad las torturas porque el torturador siguió preguntándome por cosas que yo desconocía: nombres de personas, direcciones y armas, como en un sonsonete: nombres, direcciones y armas. Gustavo Petro, ese gran dirigente colombiano, sabe muy bien por qué durante casi toda su vida rebelde se llamó Aureliano. Es porque un militante revolucionario de los años ochenta nunca conocía el nombre de los demás militantes y menos aún dónde vivían, elemental medida de seguridad que toman los pueblos rebeldes contra las dictaduras. Nos estábamos enfrentando, desde escenarios distintos, Aureliano y yo, a la democracia más antigua del continente, que ha sido más violenta e intolerante que las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay juntas. Cosas de jóvenes, claro, pero de jóvenes felices y heroicos.
Siempre, desde que los militares o MAS (eran lo mismo, luego se llamaron AUC), reconocieron al fin que me tenían en su poder, gracias a la labor de búsqueda que emprendió mi familia por un lado y por el otro el Comité de Derechos Humanos que presidía el médico Héctor Abad Gómez, y porque realmente nunca hubo una acusación jurídica contra mí y hasta el día de hoy no tengo problema alguno con la justicia colombiana, ni registro alguno en mi contra, pues mi delito era simplemente de rebelión y de conciencia; y amén de que una década después abandoné mi militancia orgánica, pero no mis ideas de justicia social, me quedó sonando por siempre, digo, el por qué los torturadores me preguntaban por mi hermana, si era ella una hija de Dios, de misa en Santa Teresita y La Consolata todos los días. Éramos entonces tan distantes ella y yo en ideas, como puede estarlo, otra vez, un terrestre de Plutón.
Poco antes del torturador encerrarme en un cuarto forrado en icopor fabricado ex propósito para apagar los gritos de los torturados, en la IV Brigada, éste me dio una última lección de política, que no olvidé jamás. Palabras más palabras menos, esto me dijo el torturador: “Usted sabe que en Colombia no hay democracia, pero mejor que usted, eso lo sabemos nosotros. ¿Pero sabe por qué ustedes no nos van a ganar nunca? Porque la gente cree que aquí hay democracia y mientras la gente crea eso y ustedes sean los que ataquen la democracia y nosotros seamos los que la defendamos, ustedes nunca nos van a ganar”. Por ustedes, claro, se refería al “movimiento”, y por “democracia” sólo al Ejército.
Al noveno día de mi desaparición, mis desaparecedores me regresaron al seno del hogar, un triunfo de quienes desde la calle no pararon un segundo de buscarme por cielo, mar y tierra. Yo, por precaución (ya por entonces Pablo Escobar junto con Fabio Ochoa era el principal cuadro de la contraguerrilla en Medellín y el hijo mimado de los poderosos), me fui un tiempo de casa, a alfabetizar campesinos en el Bajo Cauca y luego a trabajar con cristianos de las Comunidades Eclesiales de Base en la Costa Atlántica, hasta que, con la serenidad que concede el tiempo, decidí retirarme de las actividades políticas y dedicarme de lleno a mi mundo literario; un poco al modo de Ignacio Escobar, el personaje de la novela Sin remedio de Antonio Caballero y un mucho al modo de Tonio Kröger el personaje de Tonio Kröger el del relato de Thomas Mann.
Nunca me arrepentí de mis hechos de juventud, no me arrepiento de esos tiempos, es la mejor generación que ha dado Colombia: libertaria, rebelde, políticamente estructurada, serena; puras, auténticas, hermosísimas y deliciosas ovejas negras. En los vericuetos de la vida, dos veces regresé a la casa paterna y ya como adulto reencontré a mi hermana por la que me preguntaron en los años ochenta los torturadores. La reencontré en el espíritu, quiero decir, pues luego de romper el frío que nos producía haber vivido en mundos tan separados (ella en la Tierra y yo en Plutón), supimos acercarnos. Yo nunca traté de imponerle mi ideología, si es que tengo alguna, y ella menos ha tratado de hacerme católico, apostólico y romano. Lo lindo de nuestra relación hoy, es que nos comprendemos y nos aceptamos como somos.
Ella, a diferencia de casi todas nuestras primas y tías de La América y Laureles que son partidarias del No por la ignorancia y el fanatismo que les transmite RCN —su Dios, creo yo—, es partidaria y activista del Sí, y para nada santista. Es más: está a favor de los pobres y sus luchas. Y acá viene esta reflexión sobre la paz, trascendental para Medellín hoy, en su condición de ser la ciudad más No y uribista de Colombia: católicos, apostólicos, romanos, marxistas, soñadores y escépticos como yo, podemos juntos querer la paz. O, en otras palabras, que los que venimos de Plutón, podamos por primera vez vivir en la Tierra, pues ya somos tan numerosos como los terrícolas, e igual o incluso mejor estructurados que ellos. Eso es lo que mi hermana por instinto católico comprende. Yo le aprendo a ella su lenguaje cristiano de paz y amor.
Queremos ambos, dejar atrás eso de que en Colombia se torture y desaparezca a personas por razones de ideología o por cualquier otra razón, y tratamos, mi hermana desde su iglesia y sus oraciones y yo desde mi refugio, de que los otros comprendan al otro y no lo anulen más.
Estamos a las puertas de un nacimiento histórico.

(6 de octubre de 2016) 

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