viernes, 23 de diciembre de 2016

Crónica 4 El Salvador
 
Don Luis, o breve tratado de santismo y uribismo
Juan Gil Blas
 
«…las castas se entienden por lo alto, en la penumbra mullida de los salones, mientras el pueblo pone los muertos sobre las gradas de cemento. Las oligarquías tienen sus disputas momentáneas, de apariencia feroz, pero acaban por entenderse, en colusión de intereses vitandos. Por eso, por la sustancial identidad de intereses que congrega a las castas colombianas, aquí, ahora, tampoco ha pasado nada: los mismos con las mismas. Ni siquiera ha cambiado el tinglado de la farsa: sólo la máscara de los comediantes. … No hay solución de continuidad. Ni ruptura ni un nuevo amanecer: todo sigue igual. Todos han estado enchufados en el Sistema, y allí han sido oficiantes, sacristanes, monaguillos o coristas de una función ritual. Todos son clientes del Establecimiento, a cuya sombra han medrado. Creer que ellos van a cambiar un orden del cual se lucran y en el cual prosperan es algo más que ilusión. / Como siempre, la burguesía proclama: “Cambio… cambio… cambio”, para que todo siga igual. Es su táctica. La gente se duerme en el engaño y vuelve a alimentar una írrita esperanza», esta larga cita de Alberto Aguirre[i] es mi pálpito en la coyuntura de hoy.
Don Luis deja amarrada su bicicleta a la baranda amarilla, con una tira de caucho fácil de zafar, y entra en la casa.
—Buenos días don Luis, al fin vino usted temprano.
—Sí, don Juan, vamos a ver cómo nos va con estas tablas.
—¿Sí cree usted que algo servirá tapar esas ventanas? Son innecesarias y se cuela mucho el ruido de la casa de abajo.
—Pues aislarlo del todo, no, pero algo aminora el ruido, ojo y verá.
Don Luis empieza su labor y yo soy su ayudante para colocar las táblex pues no trajo quien le ayude. Así se ahorra él unos pesos. Lupa, como él no la atiende y le muestra distancia y miedo, se comporta nerviosa y le ladra a cada movimiento que hace don Luis.
Yo sostengo la madera de 1,20 x 1,20 y él va clavando. Son ciento cuarenta mil pesos por tapar las dos ventanas.
—¿De dónde es usted, don Luis? Quite de ahí Lupa.
—De Valdivia, Antioquia. Téngame ahí finito yo hago las señas primero con el taladro. Tiene ganas de morderme.
—Sí, don Luis, yo la sostengo. No, ella no muerde a nadie, quiere es saludarlo. ¿Y hace mucho tiempo se vino para Medellín? Callada, Lupa.
—Uf, hace tiempos, como desde el ochenta, nos vinimos del campo a buscar destino en la ciudad. Para mejorar, usted entiende. Y ya con la señita no nos perdemos, para que nos quede derecho. Está brava.
—No, tranquilo, quiere saludar. ¿Pero no fue por la violencia?
—No, para nada, eso todavía no se había dañado por allá. Ya después sí se puso muy brava la cosa. No vaya a dejarla mover. Vea qué tan fácil con la señita.
—¿Y desde cuándo aprendió a hacer estos trabajos?
—Desde que me vine, yo toda la vida he hecho remiendos, plomería, gallos que resultan, a lo que sea me le meto, me fui consiguiendo la herramientica y aquí estoy, trabajo no me falta, gracias a Dios. Claro que hay semanas en que me pego, pero después mi Dios se acuerda de mí y me cae trabajo. Es que Dios cuando no le da a uno trabajo es porque se lo está dando a otro, en esta humanidad somos muchos, pero Dios no olvida a nadie. Y dígame, don Juan, ¿usted que piensa del plebiscito ese, va a votar? Ya, ya puede soltar que ella se agarra sola con esos clavos de arriba. ¿No me muerde, no?
—No, don Luis, no lo muerde. Quite de ahí Lupa. No, yo nunca he votado y quiero pasar por esta vida sin hacerlo, un voto ni va ni viene, yo no creo en las elecciones, eso siempre las acomodan como quieren, eso da lo mismo, yo no le creo nada al gobierno.
—Eso sí don Juan, eso es verdad don Juan. Yo no creo en eso de la paz don Juan. Fíjese cómo nos está quedando de templadita.
—¿Usted vive en Caicedo don Luis, no cierto?
—Sí, don Juan. Vea acá los bordecitos, por ahí es por donde se puede meter el ruido, pero algo aminora con estas tablas, ojo y verá.
—¿Desde hace cuánto vive en Caicedo?
—Cuatro años don Juan.
—¿Y dónde vivía antes?
—Por ahí por Villa Coltejer. De ahí nos echó ese ¡¡***!! de Alonso Salazar, no nos quería dar nada el sinvergüenza ese pero al final formamos un comité y pudimos negociar, yo no sé pa´ qué hicieron ese parque ahí, y nos sacaron, como vivíamos de bueno ahí.
—¿Y eran muchas familias las del comité? Callada, Lupa.
—Como cuarenta familias don Juan. Téngame ahí finito que no se vaya a mover. Vea, tiene ganas de tirarme.
—Tranquilo don Luis, yo la tengo firme. No, ella no muerde a nadie, solo quiere saludarlo a usted, eso es todo.
—¿Usted cree don Juan que esos guerrilleros ya no tienen dañado el corazón? Se van a venir pa`acá y se va a dañar esto, ojo y verá. Si ellos ya aprendieron a ser malos y eso no se olvida, ya tienen el corazón dañado. Eso de la paz son mentiras del gobierno, ese Santos se está tirando el país ¿o no don Juan?
—Pues don Luis, yo creo que es mejor la paz, que la paz es mejor que la guerra. Corra pa´allá Lupa.
—Y les van a dar plata y todo, no nos crean tan cabrones don Juan. ¿Seguro que no me muerde?
—Seguro que no, ella es mansita. Callada, Lupa. La vida es muy dura don Luis. ¿A usted le gusta leer don Luis?
—Sí don Juan, yo leo mucho. Venga vamos por la otra. Quedó bien ¿o no don Juan?
—Sí, quedó bien, yo le pongo una cortinita y tapo, o cuando tenga cómo le echo la pinturita. ¿Y usted qué lee don Luis?
—La biblia don Juan, no hay para qué leer más, ahí está dicho todo, estamos llenos de pecado por todo lado, o si no vea a ese Santos que nos va a llenar esto de guerrilleros, ¿o no don Juan?
—Yo no sé don Luis, yo no voto es porque no me gusta y creo que ni me cuentan si voto porque eso lo deciden ellos de otra manera, los de arriba, los que manejan el país, pero mejor es la paz me parece a mí.
—Eso sí es verdad don Juan, pero yo no creo en eso de la paz, esa gente ya tiene dañado el corazón, hay mucha maldad en el mundo. Sosténgame bien, ya hago la señita aquí, le meto taladro, clavamos aquí y terminamos, pero esta está más difícil, fíjese que no está a ras el borde de la ventana. Vea pues, me salió usted de ayudante. Ella es como bravita.
—No don Luis, es mansita. Lupa, corra pa´allá. Ahí se ahorró unos pesitos usted don Luis.
—Gracias don Juan. Qué buena música escucha usted, a mí también me gusta esa música, música para concentrarse, eso sí. ¿Y usted don Juan, qué hace?
—Trabajitos por ahí para los estudiantes, y también a veces despego y a veces me pego don Luis.
—Es lo que le digo don Juan, Dios nos guarda a todos, cuando no le da trabajo a uno es porque se lo está dando a otro, y ya después vuelve y se acuerda de uno.
—Sí, don Luis.
—Sí, eso de la paz está muy mal hecho, están engañando a la gente, yo no creo en eso de la paz.
Al fin, hablando de la no paz, don Luis termina el trabajo con las ventanas, nos despedimos en la puerta, Lupa le sigue ladrando —Callada Lupa, callada pues— y él vuelve a afirmarme que lee mucho la biblia y que ya todo está dicho ahí, y se va por el caminito entre los árboles, llevando la bicicleta de la mano, hasta salir a la carretera.
No le quise preguntar, pero don Luis me pareció un uribista más, un señor muy pobre que escucha a diario radio y tv, esos dos grandes cohetes del senador Uribe para aplazar ad infinito su rendición a la justicia por graves crímenes contra la humanidad. Un santista más es Uribe, no me cabe la menor duda, como su antiguo leal ministro de Defensa es uribista, por más que “peleen”. El Sí y el No ya ganaron ambos, es lo que quería la casta. En fin, cosas de la vida don Luis. Como dice don Luis, en este mundo hay mucho pecado.
 
(16 de septiembre de 2016)
JUAN GIL BLAS - Medellín, 1959. Obras publicadas: Diálogos de la eterna primavera (1992), Diccionario triste (1998), El valle de los perros mudos (2000), Dos cuentos (2002) y El difícil cuento de la educación de Mateo Falcone (2009), entre otras.
Foto Juan Gil: Cortesía.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario