Crassus errare, el constructor de paz que no actúa en justicia
Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos
Haciendo eco al título de una importante exposición que nace de los legados de la Comisión de la Verdad; actualmente en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá, debo empezar diciendo: “hay futuro si hay verdad”. Pero, es trascendental entender que esa verdad cuenta como principio fundamental para la construcción de justicia. Si la verdad se desliga de los procesos de justicia, difícilmente habrá algún tipo de armonía (entiéndase Paz), en nuestras sociedades.
Por ende, en la construcción de paz, no solo los jueces
deben actuar en el horizonte de la justicia. Ésta se administra también en cada
acto y/o decisión de quienes asumen el compromiso de trabajar en procesos de construcción
de paz. Tomar decisiones, en el marco de la construcción de paz, implica que
-como un buen periodista-, quien se dice constructor de paz conozca todos los
lados de la moneda, que no se quede solo con una versión de las cosas. Como al
periodista, si a un líder que trabaja con la paz, en el interior de su casa
alguien le dice que está lloviendo, éste debe abrir la ventana y verificar que
en realidad llueve. Si nos quedamos con una sola versión de las cosas, corremos
el riesgo de creer que llueve cuando en realidad no está lloviendo. Grave error,
tanto para el periodista como para quien se dice constructor de paz, desde el
conocimiento parcial de un contexto puede cometer una injusticia.
Para hablar de lo que es la justicia, voy a recordar
una pequeña historia que en mi vida como artista de la palabra he narrado
algunas veces, y que proviene de dos fuentes: La primera una versión de un narrador
denominado Arlequín, a quien escuché en un bus de transporte urbano en Bogotá
hace muchos años; la segunda, de un libro que presenta una versión de la misma anécdota
como una historia de tradición oral ecuatoriana; la siguiente es una adaptación
propia que ya he narrado, después de varias reescrituras, en diversas
ocasiones.
Aurora era una mujer tan clara como el amanecer; pero
también era una mujer muy pobre, sumamente pobre. Tenía tres hijos, pequeños
ellos, tan flacos y tan desnutridos que solo era verlos para entender el grado
de pobreza de la mujer. Y ella, qué decirles, puro hueso también, pues su amor
de madre hacía que pasara días sin pasar bocado, cualquier sobrado de comida
que lograba conseguir era para sus niños, así ella se retorciera de hambre.
Una mañana, por cierto, fría, fría como la realidad de
Aurora, mientras pasaba por una esquina donde había una panadería, quiso el
destino que el panadero recién exhibiera una canastada de panes recién salidos
del horno sobre una vitrina a la entrada de su negocio. Y Aurora con esa hambre
de tres días, se detuvo allí en la puerta de la panadería a degustar el olor de
aquellos panes aún calientes y humeantes. Era como si una estela de fragante humo
a pan se dirigiera directamente a su nariz para insuflarle el alimento que la pobreza
le restringía. En la medida que olía el pan, Aurora sentía aliviar su hambre, y
se estuvo allí, lela, como levitando un sueño, mientras se extinguía el rico
aroma que parecía darle nuevos alientos para enfrentar su triste día.
Ya se apartaba Aurora de la panadería, con una sonrisa
de esperanza ante el alivio momentáneo que parecía invadirla, cuando saltó delante
de ella, cortándole el camino, el panadero que con tono airado le requirió: “Oiga,
usted ¿acaso piensa irse sin pagarme el olor del pan?”
Aurora no sabía que se cobraba el olor del pan. Es
más, en esa pobreza en que vivía tampoco tenía para pagarlo. “Si no me paga el
olor del pan, tendré que demandarla, llevarla ante un juez y hacer que la metan
en una cárcel”, amenazó el panadero.
Como Aurora no tenía una moneda para pagar el olor del
pan, tuvo entonces que comparecer ante un juez, demandada por el panadero.
El juez, muy sabio él, escuchó la acusación del
panadero y, luego, entre tartamudeos y sollozos, las palabras de Aurora en su
propia defensa.
Una vez escuchó ambas partes, el Juez llamó a Aurora
para que se acercara hasta él. Le indicó algo en voz muy baja, tan baja que el
panadero no pudo escuchar nada por más que paró oreja. Paso seguido, el juez le
entregó algunas monedas a la acusada. Esto último, la entrega de las monedas,
entusiasmó enormemente al panadero. Aurora caminó hacía al panadero, se detuvo
al llegar muy cerca a éste, levantó la mano en que llevaba las monedas, el
panadero, sin poder disimular una sonrisa de satisfacción plena, se aprestó a
recibir el pago.
Entonces, Aurora tapó las monedas en el cuenco de la
palma de la mano en que las tenía, con su otra mano. Llevó ambas manos a uno de
los oídos del panadero e hizo sonar con gran fuerza las monedas. Acto seguido
se retiró de él y regresó ante el señor juez para devolverle sus monedas,
mientras el panadero, energúmeno de la ira se daba por burlado. Anticipándose a
cualquier reclamo del panadero el juez se permitió sentenciarle: “Panadero, caso
cerrado, páguese el olor del pan con el sonido de las monedas”.
Tal vez, de manera literal, Aurora -el personaje- no
haya logrado hacer la reflexión de lo qué es la justicia, tal cual lo propone
la historia. “Tal vez” escribo, porque parto de mis subjetividades, de las
cuales no habrá de partir nunca, ni el periodista (ya que he tomado este oficio
que es el oficio de la verdad, para la presente analogía), y mucho menos el
constructor de paz. “Tal vez” no de
manera literal -el personaje-, he dicho; porque la historia sí. Entre líneas,
de manera implícita, la historia de Aurora sí nos permite entender que la
justicia es -como ya se ha dicho muchas veces desde las épocas remotas del imperio
romano-, dar a cada quien lo que le pertenece, lo que es suyo, de acuerdo a la
ley: “La voluntad constante y perpetua de dar a cada uno lo que se merece”
(Justiniano).
Repito: “La voluntad constante y perpetua de dar a
cada uno lo que se merece”. Merecimiento de mérito, valga la redundancia. Fundamental
esto en un escenario de construcción de paz, donde también cuentan los modos o
las maneras. Esto me lleva a recordar otro capítulo que hace parte del proceso
de las reflexiones de esta serie de escritos sobre la Pedagogía de la
Reconciliación (https://canal3sistemaenlinea.blogspot.com/2024/03/cultura-de-paz-principio-de-la-paz-que.html), y me lleva al siguiente capítulo donde hablaremos del
merecer, del reconocimiento, pero dejo acá por el momento, para retomar luego
este tema del “merecer” desde la teoría de Maslow, quien nos ha enseñado que la
armonía plena del ser humano (léase la Paz del ser humano), depende de la completitud de una escala de
satisfacción de necesidades en varios niveles.
Por ahora: He dicho.
Compa, dígale que estamos en proceso de Paz
(Primera versión... de los hechos)
Diles que no me maten
(Juan Rulfo)
Casi asfixiado, pálido y aterrorizado llegó a la vereda de paz, el niño que trajo la noticia, corrió con toda la fuerza que podían darle sus entrados trece años de edad, para alertar a la comunidad. Yo estaba ahí, a la orilla de la quebrada, cuando escuché los pasos de los soldados, entonces me asusté y me escondí detrás de un matorral, ahí fue cuando vi que el camarada Fidel aparecía en su moto…
https://de-racamandaca-editores.blogspot.com/2024/03/compa-digale-que-estamos-en-proceso-de.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario