domingo, 21 de julio de 2024

 

Es la guerra…  (Y no es un cuento)     

Lecciones histéricas de Colombia.

Primera parte

 

Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos.

Obra del artista Héctor Iván Valencia Zapata


Esta es la historia de todas las guerras del mundo… Una cacería infame entre ejércitos de hombres llenos de odio, de rabia y sed de sangre, en la que por lo regular quienes son la carne de cañón son soldados cuya única diferencia son sus uniformes y distintivos de acuerdo a cada bando en contienda, pero por lo regular, son los mismos hijos de las masas populares de los pueblos, las pobrecías, las ninguneadas, los miserables que no tienen qué perder porque la muerte en la guerra es la única salida a su destino de no futuro; tampoco mucho que ganar porque si sobreviven solo heredarán las cicatrices de la violencia, los recuerdos heridos y el estigma social, porque seguirán siendo pobres, viviendo sus últimos días rumiando sus frustraciones y mirando como
  las ganancias de la guerra se van a las arcas bancarias de quienes las crearon y dirigieron sin entrar en el campo de batalla, porque ellos nacieron privilegiados, no son los que exponen su pellejo, ni ellos, ni el de sus hijos, herederos de las fortunas infames que continuarán la tradición de seguir creando guerras para preservar sus privilegios.

La guerra es una borrasca obscura en la que se enfrentan pobres contra pobres, mientras los ricos se reparten el botín que la mueve, así llegó Fulgencio Parra a uno de estos ejércitos.

Fulgencio Parra nació y creció de milagro, hijo de una pareja de mendigos en una época que para las mayorías no había más posibilidad que la limosna; no había clase obrera porque aún no había llegado la industria al país, no había como engancharse a trabajar en una finca porque los terratenientes tenían esclavos y no necesitaban otra mano de obra; los cargos públicos se rotaban entre rojos y azules privilegiados por la burocracia y el padrinazgo político de quien gobernase en turno, después de unas elecciones fraudulentas o de un golpe de estado liderado con otra guerra donde los combatientes fueron los cientos de Fulgencios Parras de la época; la única opción: las calles y parajes donde se botasen las sobras de la comida de una clase “criolla” indolentes que se ufanaban de haber sido la clase que supuestamente trajo la libertad y la independencia ¿La libertad y la independencia para quiénes?, no para las indiadas, las negritudes, los artesanos pobres; los mestizos y mulatos, siervos y campesinos de paupérrima condición económica y social.

El padre de Fulgencio se había preciado siempre de ser un fiel militante del partido rojo, integrado por una clase emergente de comerciantes y un gran sector de artesanos de poca posibilidad económica; el cual se decía era el partido de avanzada en su época, a diferencia del otro partido existente en el país, el partido azul, un partido conformado por elites de fuertes terratenientes esclavistas muy adeptos a la tradición religiosa con la cual tenía estrecha relación. Algo que tenían en común ambos partidos era que su fundación había estado liderada sobre todo por hombres de tradición militar, lo cual generaba que muchas de las decisiones políticas de la época se imponían por la fuerza; de hecho, los cambios de gobierno eran por lo regular consecuencia de golpes de estado que se solían dar entre ellos. Golpes de estado que implicaban sangrientas guerras que los antecedían.

Don Anselmo Parra, padre de Fulgencio se había enlistado en el ejército rebelde rojo, en primer lugar, convencido de que las élites dirigentes de este partido defendían sus intereses, y en segundo lugar, sino el motivo más importante, porque mientras fuera peón de guerra se aseguraba un vestido y una alimentación que le era difícil asegurarse por fuera de la guerra, tal era la realidad de esa masa hambrienta, descamisada y descalza que deambulaba por los caminos de una patria recién “independizada” de los colonialistas españoles.

Gobernaban los azules, y los generales del partido rojo azuzaban en descontento para encender la violencia argumentando, frente al pueblo miserable que los escuchaba, que todas las desgracias del país eran por culpa de la tiranía de los azules.

No habrían pasado muchos días de que el país sufriera el incendio devastador de una nueva guerra civil cuando al triste rancho de la familia Parra llegaría un cadáver desmembrado por salvajes machetazos recibidos en el campo de batalla, en aquella época cuando los peones de la guerra se enfrentaban entre sí cuerpo a cuerpo.

Fulgencio quedó huérfano de padre, y la familia en el más profundo de los abandonos. Con solo 13 años Fulgencio debió asumir la responsabilidad de la casa, dado que entre los tres hijos del difunto era el mayor; ahora tendría que resolver la situación de una madre viuda y dos hermanitas menores que él; lo que lo llevó a rebuscarse de muchas formas: haciendo mandados y hasta pidiendo limosna en calles y mercados. Sobreviviendo precariamente y con un sentimiento de odio hacía quien se dijera seguidor del partido azul al cual acusaba de la muerte de su padre, pasaría sus años de adolescencia.

En tanta carencia vería morir una de sus hermanitas menores, sin posibilidad de acceso a salud o una medicina que calmara el dolor de una virosis pulmonar prematura. 

Mientras Fulgencio llegaba a su mayoría de edad, los rojos gobernarían en dos oportunidades, incluido el periodo logrado tras la guerra en que murió su padre, sin que el destino miserable de las mayorías militantes del partido cambiara para algo.

Y se llegó otra guerra civil. Y los sentimientos de venganza y frustración se avivaron más que nunca.

Me voy a matar azules, le dijo Fulgencio a su madre, dejándola en el embargo de la incertidumbre. Y se enlisto en el ejército de los rojos.

 

Continúa en próxima entrega


Otras lecturas: 


Cuatrocientos treinta y… No más ¡Basta ya!  

 

                                           Fotografía tomada de internet


Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos

1.

Con el primer canto de la madrugada Rodrigo salió de su rancho rumbo al sembrado, quería mirar el florecer de su esperanza con los primeros rayos del sol aquella mañana. 

Luego de entregar armas se...


https://de-racamandaca-editores.blogspot.com/2024/07/cuatrocientos-treinta-y-no-mas-basta-ya.html


Compa, dígale que estamos en proceso de Paz

(Primera versión... de los hechos)


Diles que no me maten

(Juan Rulfo)

 

Autor: Luis Carlos Pulgarín Ceballos

Dicen que se lo llevaron monte arriba. Que lo sacaron de la carretera y después de quemar la moto en que iba lo golpearon sin compasión, luego se lo llevaron a rastras por entre la arboleda de la montaña. Dicen que le gritaban “Guerrillero hijueputa, aquí las vas apagar todas, este país no olvida”.

Casi asfixiado, pálido y aterrorizado llegó a la vereda de paz, el niño que trajo la noticia, corrió con toda la fuerza que podían darle sus entrados trece años de edad, para alertar a la comunidad. Yo estaba ahí, a la orilla de la quebrada, cuando escuché los pasos de los soldados, entonces me asusté y me escondí detrás de un matorral, ahí fue cuando vi que el camarada Fidel aparecía en su moto…


 Opinión

Cultura de Paz: Principio de la Paz que Colombia necesita

Por: Luis Carlos Pulgarin Ceballos

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Construir Paz, entonces, nos representa abordar los siguientes compromisos: 1. Detener la guerra, 2. Políticas estructurales, 3. Instaurar una Cultura de Paz.

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En los últimos tiempos, Colombia ha estado inmersa en un debate sobre el tipo de Paz que necesita construir. Cada gobierno de turno ha bautizado de diversas formas su propuesta de trabajo en pro de la paz. Para no hacer mucha historia: con la elección de Gustavo Petro se generó la idea de una Paz Total, aunque dentro de su mismo gobierno, igual, se habla de una Paz Territorial. En algunas instancias de la ciudadanía se habla de Paz Integral, al parecer un recicle de lo que antes llamaron Paz con justicia social; de igual manera, en otros sectores es común escuchar que se habla de una Paz positiva.

https://canal3sistemaenlinea.blogspot.com/2024/03/cultura-de-paz-principio-de-la-paz-que.html


Pedagogía de la Reconciliación

Que no te acobarde la Paz

Carta y poema para un amigo que persiste en la guerra

 

Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos.

 

 Entonces eras como nuestro hermano, uno más de aquel grupo de artistas regionales que soñábamos comernos el mundo con nuestras incipientes obras de aquel entonces; el bacán de la gallada. Diestro en la palabra y el humor, quizá, por eso te hiciste trovador y poeta. Por ahí, entre unos papeles descuadernados aún quedan rastros de tus primeros versos: “Escucha. No bajes la mirada/ no me tengas miedo/ deja que mi mano ponga una rosa en tu pelo/y mi boca te diga: te quiero/ permite a mis ojos mirar tus silencios/ deja que el amor nos regale un verso”(1).  

https://canal3sistemaenlinea.blogspot.com/2024/04/que-no-te-acobarde-la-paz.html



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