Paula,
la estudiante problema
Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos.
Paula va a un colegio público en
el sur de la ciudad de Bogotá. Paula es una joven de 17 años, a esa edad ya
cuenta con varias heridas en el alma, heridas que no cicatrizan, que por el
contrario tienden a profundizar su desangre.
En casa, Paula vive con su madre,
que al tiempo es el padre, es cabeza de familia. Paula, única hija padece la
culpa de ser una hija no planeada, la hija del hombre que un día llegó a
robarse los suspiros de la madre, que se robó
los primeros besos de ésta y abrió el campo desierto y solitario de su
piel para dejarla embarazada y luego abandonarla. Paula ha sentido el cobro de
su madre, frustrada por la experiencia del desamor y el abandono.
En el colegio, para sus profesores
Paula es una niña problema. Paula visita más la oficina de la coordinación y
disciplina que el patio del descanso, donde transita solitaria e incomprendida.
A Paula sus profesores la miran con un dedo que acusa, pero nunca se preguntan
dónde radican los malestares emocionales de la chica aún adolescente.
Paula fue llevada a coordinación,
acusada de buscar pelea a varios de sus compañeros. Y la amenazaron con
anotación en su hoja de disciplina y con llamar a su acudiente, es decir, a su
madre. Nunca supieron por qué Paula alegaba con sus compañeros: Al colegio
llegan los refrigerios que la Secretaría de Educación, en contratos de altísimo
y corrupto costo, envía para nutrir o
complementar la alimentación de los estudiantes del Distrito. Muchos de los
chicos no gustan de estos refrigerios y los botan. Paula, que va al colegio -a
pie- desde kilómetros de distancia porque no tiene ruta escolar ni plata para
el bus, y que pasa muchos días sin comer porque en su casa, su madre la castiga
con el hambre; se duele porque sus compañeros botan la comida, para ella, eso
es un pecado cuando en el mundo hay tantos seres –como ella- que están
padeciendo hambre; y por ello Paula se pelea, pero sus profesores (fiscales,
jueces y carceleros de un sistema educativo, sino ciego, miope), nunca
entenderán eso.
Paula reincide y se encuentra
nuevamente en coordinación, ante las autoridades académicas. Nuevamente la
sentencian culpable. Esta vez Paula, la
chica problema, que cursa octavo grado, se estaba dando de golpes con dos
chicos de décimo. Los profes no preguntan por qué, sin abogados que con un acervo
probatorio a su favor la defiendan, Paula es imputada por los antecedentes ya
comentados, mientras declaran inocentes a los dos jóvenes del grado superior.
No saben que Paula defendía a un niño de sexto grado, a quien los dos
estudiantes exonerados sometían a matoneo por quitarle una pelota. Los
profesores ignoran esto y sólo la juzgan porque ella ya tiene el estigma en la
cara, no hay más razones, ella es una chica problema y es su marca, la que
ellos, los profesores del colegio, han construido en ella.
En casa, la madre de Paula no
soporta más quejas del colegio. Ha llamado a la policía para que la ayuden con
esa hija que es su desgracia. ¿Habrá caído en las drogas? ¿Estará embarazada? ¿Habrá perdido su
virginidad y repetido la historia? Son las preguntas que envenenan y llenan de
cólera el alma de la mujer. Paula, a voluntad de su madre, es sometida a
vejámenes que, seguramente la marcarán toda la vida. Policías que la indagan y revisan a ver si
tiene las marcas propias de un adicto. Profesionales de medicina legal que le
hurgan en su intimidad para ver si aún conserva su virginidad o si ya ha tenido
alguna experiencia sexual no “conveniente”. Paula ya siente que no es virgen,
que el manoseo médico le ha quitado esta virtud que ella aún conserva aunque su
madre no lo crea, como tampoco le cree que ella no “mete vicio”.
A la única clase que Paula iba
sin desgano, en los últimos meses, era
la de artes, en el proyecto 40/40, las nuevas clases del programa de jornada
extendida en los colegios distritales.
Iba porque sentía que allí había otro lenguaje que no era el lenguaje seco y
sin los contenidos del reproche; porque no era golpeara con cada palabra o cada
mirada. Porque los profes de 40/40 eran chéveres y le hablaban de tú a tú, sin
jerarquías caducas ni prepotencias de autoridad sin sentido. Porque los profes de 40/40 le preguntaban al
menos ¿qué te pasa?, en buena onda y con ganas de escucharla, cuando la
encontraban desmotivada, cabizbaja o a punto de romper en llanto por no poder
soportar más el peso de sus angustias. Porque tampoco la amenazaban para que se
“comportara”, de acuerdo a las normas indiscutibles que se establecían en su
casa y el colegio.
Paula no volverá a las clases de
40/40. Su madre la ha sentenciado: trabaja y aporta o se va de la casa, ella no
quiere más la hija problema. La agenda que la madre de Paula ha diseñado para la
chica no contempla su continuidad en el ciclo educativo. A los únicos “cómplices vácanos” que Paula ha
contactado en, su ahora ex colegio, es a algunos de sus nuevos amigos, los profes de 40/40. Les ha
compartido su tristeza en busca de una palabra de consuelo. Después de esta conversación, Paula ha salido
con la firme resolución de buscar trabajo en el día y tratar de estudiar en la
noche, si su madre le permite salir a esas horas, sino es que la acusa de
buscar la noche para otras cosas. Tal
vez este propósito se mantenga. Tal vez no, tal vez los duros embates de la
vida a sus escasos 17 años y un octavo grado inconcluso, terminen por vencerla.
Tal vez no le sea tan fácil encontrar un trabajo digno, a su edad, con su
escasa escolaridad y la inexperiencia que le da el nunca haber trabajado, hasta
ahora.
Podríamos hacernos tantas cábalas
con la suerte de Paula, que mejor no… mejor desearle toda la suerte del mundo,
y enviarle, en la distancia, un abrazo con la energía más transparente y limpia
que podamos tratar de transmitirle para que la vida no la golpee más y por el
contrario, le ayude a salir adelante, a concluir sus estudios en otra instancia
académica donde los profesores no le pongan en la frente el letrerito de chica
problema sin buscar los motivos de su razón de ser. Paula, no te conozco; el
relato de tu vida me llegó por un ser excepcional, una de tus amigas
orientadoras de 40/40, con su identidad en “A” de ángel y A”” de amiga sincera,
que sufrió tus penas pero no pudo más que escucharte y darte ese abrazo que tal
vez tanto necesitabas al despedirte del colegio mientras vertías tus lágrimas
de adiós. Tal vez tampoco leas nunca está crónica, no sabrás que tu historia
nos conmovió tanto que convoco este escrito, ojalá para la reflexión de algunos
pocos, o algunos muchos, nunca sabemos hacia dónde van nuestras letras.
Colofón: Y
mientras tanto las autoridades educativas, las interventorías, los supervisores
y “gerentes” 40/40, solo inspeccionaban el número de asistentes a cada taller;
el número de horas cumplidas por los operarios, muchas veces subcontratados (“tercerizados”
en estas artimañas contractuales para facilitar el despilfarro y la corrupción).
Las estadísticas, las estadísticas, las estadísticas. Cifras, cifras y más
cifras: el número de canciones montadas, el número de obras de teatro y
comparsas en proyección para los grandes y deslumbrantes desfiles que se
esperan obtener como muestra de que el
proyecto es un gran “éxito”, con lo cual descrestarán a todo el mundo y
demostrarán que el presupuesto público no se roba, perdón…: se invierte, en
vano. Nos hemos creído el cuento que 40/40 (y los programas similares a éste) son
espacios para formar “grandes” y futuros artistas; hemos olvidado tal vez que
estos son escenarios para construir
humanidad, para hallar historias como las de Paula, para evitar su deserción
del colegio, para ayudarla a resolver sus problemas de afecto, para orientarla
a tener, tal vez, un mejor diálogo con su madre, un diálogo que las ayude a
ambas a sanar tantas heridas acumuladas, a mirarse a los ojos de otra manera,
con amor, con fraternidad salvadora. 40/40
es (o era) una oportunidad de salvar vidas, no importa que al final no haya los
grandes poemas escritos por los estudiantes, grandes exposiciones de pintura, grandes
escenografías; que no hayan grandes
presentaciones en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán… Si a través de la enseñanza
del arte tan sólo salvamos una vida, ya con ello habremos tenido éxito.
Nota final: Para ella… que me
contó esta historia con lágrimas de impotencia, con su “A” de ángel, “A” de
amiga sincera, y “A” de Amor, por los siglos de los siglos, también.
Luis
Carlos Pulgarín Ceballos, 2015.